GAEL GARCÍA BERNAL. HUMORES PERROS

EL NO DE GAEL

Mi primer encuentro con Gael que aquí se relata nunca fue publicado porque no tenía medio informativo donde difundirlo. Eso no impidió realizar la entrevista, aún a fuerza de mentir. Me planté e inventé que esa entrevista sería publicada en el portal MSN, el sitio web de Microsoft donde trabaja editando contenidos que no generaba yo. Tener delante a Gael y no preguntarle nada hubiera sido como negar un beso a quien has deseado y está dispuesto a aceptarlo. Este primer encuentro es un asalto a Gael, el segundo encuentro, ya soy invitado.

Los labios de Gael son un horizonte carnoso e inaccesible. Su nariz partida por la mitad combina con la cicatriz que parte su barbilla. La vena que huronea su cuello salta o se estremece dependiendo de la batalla que libre. Es petiso, expresivamente lampiño y la manzana que anuda su cuello perfila los costados de su belleza imperfecta. A Gael lo conocí en octubre de 2001, en la Plaza del Carmen, en Madrid, en el centro de un otoño, cuando presentó Y tu mamá también. La fama todavía no encharcaba su humilde aunque distante personalidad. Venía de Nueva York, entonces con 23 años de vida y dos de éxito internacional, gracias a su interpretación de Octavio en la película mexicana «Amores Perros». Gael, parece, despierta asombro en quienes lo reconocen y morbo en quienes seduce involuntariamente. Los ojos brillantes y de fuego, al igual que su mirada felina son superiores a sus intenciones, perforan cualquier tipo de indolencia, pese a la normalidad apabullante que ejerce sólo con quienes conoce. A quienes desconoce los invita a un océano de indiferencia.

A Gael la prensa le aguardaba en el vestíbulo del cine Acteón, los promotores le escoltaban, mientras el turno caótico de entrevistas le y nos molestaba. La rueda de prensa ya había concluido y los medios de comunicación que habían pactado encuentro con los protagonistas seguían a la espera, mientras Gael y su amigo y actor Diego Luna, reían, jugaban, se secreteaban. Ambos, como si se hubieran salido de Y tú mamá también, igual de adolescentes y cuates, parecían un fotograma inseparable e indivisible, ajeno e impermeable para los otros. Entre el acomodo de cámaras y el caos por ordenar aproveché y embestí a Gael para pedirle que me contestara algunas preguntas. Me miró con superioridad, sus ojos buscaron refugio, su rostro entero se alargo apáticamente y bajo la ruina de verse sorprendido, respondió: “¿Ahorita?, es que no sé, me gustaría comer algo, tengo un poco de hambre”, dijo, sobándose la panza, dirigiéndose a la que le custodiaba, como rogándole que le salvara, un manantial que decía no, pero no del todo, con la pequeña obertura que rige la ambigüedad. Quizá comer algo le sentaría bien, supuso. La promotora le contestó que sí, que podría comer algo pero rápido, en lo que organizaba el turno de entrevistas. Para ese entonces y para ambos, yo había desaparecido, hablan de a dónde ir, cuánto tiempo, con quién, mientras yo testificaba la invisibilidad que les producía. El anonimato frente a la fama es como el agua y el aceite, pueden incluso tocarse pero no llegan a mezclarse. La aceitada fama de Gael y mi clara indefensión configuraba mi nulidad, una sensación parecida a cuando alguien va saludando y te salta. Mi cuerpo era eso, un brazo que se queda estirado, una mano que no se estrecha. Ante mi petición, embarrada en una contestación que no fue respuesta, reaccioné y me lancé, comentándole que cerca de ahí había una cafetería. Le propuse acompañarlo. Ante mi sugerencia no palideció, ni escupió, tampoco huyó, accedió pero con la boca torcida, arrepentido de haber mostrado su deseo frente a mí. A través de un “órale, vamos”, tan descafeinado como atorado, nos dirigimos al sitio bajo la tiesura de una atmósfera que empezábamos a compartir.

Los días de otoño nacen constipados, chorrean mocos, y transcurren disminuidos de cualquier intensidad, parecía que ese mismo aire soplaba a Gael, quien caminaba sin fuerza por el pasillo de aspereza que recorrimos hasta la terraza donde nos instalamos. Durante ese escaso recorrido me contestó como se responde a un cuestionario, cautivo de la desidia, sin mirarme, exhalando una solvencia casi pedante. Me hacía sentir parte de un trámite, una gripe en el segundo día de resfriado, algo, y no digo alguien, incómodo. Con más ganas de comer que de hablar inició aquel encuentro. Gael pidió acelgas y una botella de agua, bajo un aliento que recordaba insistentemente que me estaba haciendo un favor, con suspiros litigantes de hartazgo y de estar. Fatuo, Gael respondió a la pregunta: ¿Te imaginas la vida real como en la película Amores Perros? “Pues claro que no, por supuesto que no, no entiendo tu pregunta, ¿tu eres mexicano, no?, entonces por qué me preguntas eso”, pleiteó nada más empezar. Gael, me doy cuenta, está más bueno que el pan pero más lejano que el limbo. Arrodilla con su mirada pero desvanece en una asepsia que le impide ser próximo, sólo circunda en su impermeabilidad, como si en la desaparición cifrara su existencia. Pese a ello, quizá por la mirada que empezaba a odiarle, prosiguió: «No me ubico en ninguna de las historias que plantea la película, porque son innumerables las riquezas y las carencias de México. Ahí cada quien vive un país distinto. Son tres historias en una ciudad de veinte millones de habitantes, de un país de cien millones y en ese sentido la gente vive, sufre y goza de mil maneras distintas. Las limitaciones y posibilidades de México se ven en cada momento, a lo largo de todo el día, nada más hace falta escuchar y ver lo que hace el presidente para darse cuenta de la ironía en la que se vive, sólo basta con salir a la calle y ver que en México, en todo acto de muerte, hay un acto de vida, al mismo tiempo y a diario», me aclaró Gael, con apretujada benevolencia.

Gael, con la panza llena empezaba a crecer, sus respuestas iban alargándose, sin embargo, su semblante sólo le permitía bostezar. En la segunda pregunta noté que el plato de acelgas era más atractivo que mis preguntas y que sus colmillos largos a la hora de sonreír iban a ser negados para mí, como si intentase con su apatía conjurar mi extenuación. Así, sin cambiar, continuó con la acotación precisa de unas respuestas sin alma para decir que se reconocía mexicano pero que no iba con esa bandera; Que era de Guadalajara y eso lo hacía único pero al igual que todos, ya que todos somos únicos, obviedad que se agrandó cuando advirtió que la gente es primero gente y después tiene pasaportes. La experiencia de haber salido de México durante un tiempo, cuatro años en Londres, la calificó como muy saludable. Gael, parecía más noble cada vez que desdeñaba, parecía más joven tanto más obraba como un hombre resuelto, sobrado de si mismo: “Salir de tu círculo siempre es bueno y es lo que todo mundo debería de hacer, sobre todo a esa edad, a los 17 años. Uno sale para intentar descubrir la vida y darse cuenta que hay otras maneras de vivirla». Gael siguió tragando al natural, desfachatado, como un rebelde distante. Bajo la apariencia de un porte exangüe se acomodaba en su silla con un gesto de tolerancia, pretendiendo ser una única forma, un hombre que eleva su discurso por encima de los hombros del mundo. Pese a todo, me empezaba a gustar que no intentase caer bien, quizá tenga que ver con la dosis de masoquismo de quien se enfrenta cotidianamente al desdén. El no te preocupes, el como quieras, o el que padre, tan balsámicos como mexicanos, tan abismales como insondables, no los utilizaba, optaba por el pergamino rugoso de ser tal cual, una forma seca e indiferente que intentaba alejar de él todas las formas que se le acercaran.

Gael, empezó a mojarse cuando bebió de su agua y habló sobre la interpretación, volviéndole menos frío, el cielo culposo del otoño regalaba un rayo de luz que parecía le robaba parsimonia, dejaba de ser un pan sin sal para ser un actor que le va la vida cuando le preguntan por su trabajo: «Yo creo que donde se nota la importancia de la interpretación es en los distintos respetos que existen por la actuación. En Inglaterra se valora lo difícil que es hacer teatro. En cambio en México creo que hay una falta de respeto no sólo a la actuación sino al prójimo en general. Uno discrimina labores como las de albañil, las de barrendero, los que limpian los excusados. Lo que ha sucedido tradicionalmente en México es que ponen actores muy buenos, fabulosos, con actores de frascos de probeta y eso ha desprestigiado mucho la labor de los que realmente son actores. Además de que la mayor tradición de interpretación en México ha sido y siguen siendo las telenovelas. Y a esto le podemos sumar que existe un circuito teatral muy pequeño, además de que ahora está muy desprestigiado, muy desvalorado, y muy, muy, caduco. En el caso argentino, por ejemplo, hay una gran explosión de teatralidad y yo creo que eso es influencia directamente inglesa. La gente en Inglaterra va al teatro una vez por semana, de cualquier clase social, porque entienden que es un elemento muy importante para la educación. De los países de habla hispana Argentina es donde mejor calidad hay, donde más producción teatral existe». En la tibieza del acento de Gael percibo la neutra reacción que le genera responder, quizá porque no intenta convencer ni asombrar, es como un viento que mueve las hojas por el sólo hecho de existir, como si estar le bastara.

Y TU GAEL TAMBIÉN

De los males que atrapan a México y que la película Y tu mamá también aborda es la incorporación del clasismo en la sociedad. Gael, lo tiene claro: «En México es tan fuerte el clasismo que podríamos hablar de castas. Respecto a mi papel en la película es un personaje que es muy cercano a mí, a mi biografía, al contexto social que yo vivía. Julio, el personaje de la película pertenece a un circuito, por cierto, en extinción, que es la clase media, ahora los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. Sé lo que es naco (hortera) y sé lo que es pirruris (pijo) y sé cuando se utiliza en cada caso, si es para agredir o si es para bromear, o si es, como suele ser, un signo de clasismo. En México, todos somos víctimas de ello y al mismo tiempo lo reproducimos desde nuestro espacio en la sociedad. Y justo este hecho es lo que aborda la película, muestra cómo intervienen las etiquetas clasistas para enriquecer o dañar una relación de amistad o de amor».

Gael, finaliza esta conversación confesando las emociones que uno puede experimentar una vez que vio Y tu mamá también: «Te dan ganas de conservar a tus amistades. Te das cuenta de que hay esperanza, porque hay un gran amor y hay una absoluta pureza, y concluyes que lo triste es no perdonar. Entre amigos se puede hacer mucho daño, porque sabes cómo es el otro. Lo malo es cuando descubres en ti partes que rechazas. En este sentido, lo peor y más fuerte de la película, es que en la amistad se utilicen etiquetas, en este caso etiquetas de clase, y ahí es cuando se vuelve irreconciliable el conflicto».

Gael, calla. Me estrecha la mano y de pie, agradece al camarero, diciéndole: «Oye mano, muy buena la ensalada». Para despedirnos le regalo el libro “El último encuentro”, de Sandor Marai, advirtiéndole, “te lo doy porque es una obra que narra ese territorio sagrado que es la amistad”. En la primera página le escribo mi nombre y correo electrónico. Al dárselo fue el único momento en que me sonrío, y entonces dijo “Gracias carnal, que buena onda”. Nunca me escribió, nunca supe si lo leyó, no sé si Gael García Bernal tenía Internet en octubre de 2001. Tampoco lo sé ahora pudiéndoselo preguntar, porque cuando han pasado doce años y es el año 2013, y es febrero y es Madrid, es Gael García Bernal de nuevo, ahora presentando la película chilena NO. Esta vez con más fama y menos ínfulas; con el mismo peso, la misma altura, los mismos ojos, el mismo cabello, mirando a los ojos y respondiendo a todo. Empieza la entrevista para televisión y dice: “Oye, un favorzote, ¿durante la entrevista te importa no hacer fotos?, es que me distrae el obturador” – Pide al fotógrafo, y lo hace sonriendo, casi en voz baja, como se escuchan los ruegos.

¿Qué cosas más te distraen? -pregunto

“El Internet me distrae mucho, o sea directamente, cuando tengo que checar mails o moverme por Internet, no puedo hacer otra cosa”. –Contesta, mientras despierta asombro en quienes lo reconocen, y morbo, en quienes seduce involuntariamente, porque hoy todas las formas se configuran en torno a Gael. Hoy dice sí a todos, para hablar de “No”. Gael García Bernal está en Madrid, en los cines Golem, frente a la librería 8 y medio especializada en cine, y nosotros tenemos ocho minutos para la entrevista con él; un encuentro a fuego rápido, con las preguntas como disparos.

¿A qué dices no?

“A muchas cosas, de hecho es la primera palabra que uno aprende en la vida. El “no” te da identidad, la identidad negativa. Aquello a lo que te opones es lo que te hace ser. En mi caso me cuesta más decir sí, porque el sí es un acto de vulnerabilidad”.

Gael está tranquilo. No cuenta los minutos que la organización agota, pelea, lucha, intenta multiplicar, porque la prensa en España está al completo, le rodea, le espera, lo sacude, le exprime. Pero él sigue diciendo sí para hablar de “No”

¿Podrías trabajar con alguien radicalmente opuesto a tu ideología?

“Mira no sé”. -Se queda pensando, se columpia en un silencio que le hace parecer profundo. Hay preguntas cuyas respuestas son más lentas cuando tienen que ver con la conciencia. Después de la pausa, dice: “Es una pregunta que tiene que ver con los escrúpulos, depende del contexto, pero creo que no, creo que no podría. No podría trabajar con alguien tan opuesto a mí ideológicamente, tendría que haber otras razones, las que importan, es decir, el cariño, el amor, la lealtad; con alguien ideológicamente opuesto a mí creo que no podría trabajar, es decir, no podría trabajar con un facho, me costaría mucho… que poca apertura la mía, ¿no?” –aclara, con una sonrisa que toca la ironía. Sigue tranquilo Gael. Colabora. Está sereno y sentado, y sólo toma agua en el intervalo de cada entrevista. Sus gafas lo acompañan pero no las usa. La taza que hay encima de la mesa delata que ha tomado café, café que no le ha alterado, es un ser sereno, se ha hecho un adulto que mira, contesta, toca, huele, sonríe y estrecha la mano con la serenidad de quien hace lo que le hace ser.

¿México ha vuelto a la dictablanda?, ¿por qué el regreso del PRI?

Gael se echa para atrás, se tumba sobre el respaldo, juega con sus pies que le quedan colgando: “El PRI funcionaba en torno al terror, cuando yo era niño me acuerdo perfecto, en el 88 había una sensación como de miedo y odio. Ahora vivimos otra época completamente distinta en Latinoamérica, más allá de si ha cambiado o no el PRI, que ese es otro tema de discusión, la sociedad es la que ha cambiado muchísimo. Es decir, la posibilidad de un régimen absolutista en América Latina es cosa del siglo pasado. La discusión política que tenemos a nivel familiar, a nivel social, es mucho más sofisticada que la que se da en el gobierno. Siento que desde la sociedad podemos cambiar muchísimo más las cosas. Yo siento que la ciudad de México está viviendo uno de los mejores momentos que ha tenido en su historia. Hay una sensación de orgullo de poder cambiar las cosas”. Aclara, hablando de ese continente que es México y Chile, y que para España resulta una aproximación. El estreno de la película No en Madrid, en la sala donde se proyecta para la prensa, hace que un acento (el chileno interpretado por Gael) genere risa cuando debiera ser silencio. La prensa española frente al “NO” ríe cuando debiera callar y habla cuando debiera sólo mirar. No se entiende o acaso es que no nos reímos de lo mismo.

¿Qué dictadura vive México?

Antes de contestar, un silencio para un matiz; una pausa para un pensamiento:

“Mas bien la amenaza de dictadura que vive México, -que creo que estamos haciendo todo lo posible por purgarla-, es la del miedo; la del miedo a este fenómeno insoportable de la guerra contra las drogas y de los miles de muertos que hubieron en el sexenio pasado. Esa situación ha causado un miedo imperante en nuestro discurso del día a día, y ese miedo genera falta de comunicación, entonces, por ende, no hay esperanza, desconfiamos el uno del otro, y creo que esa puede ser una dictadura”

Ha vuelto el PRI. ¿Esto obedece al miedo?

No lo sé, no lo tengo muy claro. –Aclara y cierra con la pequeña obertura que rige la ambigüedad, y que la dibuja con una sonrisa que suena a carcajada. Ambos y todos sabemos de los que hablamos cuando reímos.

Concluye la entrevista, han pasado doce años desde que lo asalté aquella primera vez. Gael me parece ahora más cauto y sin presunción, lo mueve una fama a la que no le hace caso, quizá por temor a tropezar. Hoy su sonrisa es trastienda para su timidez.

Y pienso en estos dos tipos de encuentro, uno imprevisto y el otro pactado y me pregunto: ¿Un periodista sin medio es un cirujano sin bisturí? Estudiando periodismo escuché a un profesor decir: “En el momento en que no tienes un medio donde publicar dejas de ser periodista”. Y en cierto sentido era verdad, aunque hoy es distinto gracias a las redes sociales donde todo mundo puede ejercer, sea o no, periodista. El hambre por la información, como el juramento hipocrático de los médicos, no depende de los medios que se tenga para ejercer la profesión. Un médico es las 24 horas del día independientemente de que tenga o no un hospital o un consultorio donde trabajar, y un periodista debiera serlo también, con o sin medio, de día y de noche. Sin más requerimiento que una libreta y un bolígrafo. Si tu oficio depende de los medios es que no era tu oficio, o es que ha dejado de serlo, lo cual no está mal. Pero en casos donde el reportero es un sabueso, no hay otra que oler y cazar, aún mintiendo lo que haga falta si es para conseguir un cacho de verdad.

DE NO, A SÍ